Elogios, piropos o requiebros a Córdoba.-
Muchos de estos piropos han sido elaborados por los compañeros de la promoción 1964 de Peritos Industriales de Córdoba o sus familiares más directos.
P-1)
Los que no hemos nacido en Córdoba, nos sentimos tan cordobeses como los autóctonos y estamos enamorados de su arte, su tierra, su historia y como no.... de sus mujeres.
Antonio Guevara.
P-2)
Estar en Mayo en Córdoba es participar de esa explosión de colores y olores que la primavera nos regala mientras, en esas cálidas noches llenas de cantos, bailes y risas, nos adentramos por la barrios más auténticos de la ciudad.
Antonio Guevara.
P-3)
Lejos de mi Córdoba, en Mayo no puedo abstraerme al recuerdo de aquellos exámenes de fin de curso, de los miuras que no podíamos aprobar y los mandábamos a los corrales de septiembre, pero sobre todo, de aquellas copas de vino de Montilla/Moriles que hacían más alegres, si eso es posible, las noches de Mayo en Córdoba.
Antonio Guevara.
P-4)
¡Cómo no voy a elogiar a esta maravillosa ciudad de Córdoba!, si en ella he despertado a la vida. En sus calles, plazas y monumentos he descubierto la belleza; en sus gentes la bondad, compañerismo, amistad, alegría y empatía y también lo más maravilloso y noble del ser humano, el amor.
Araceli Gómez (Esposa de Manuel Roldán)
P-5)
Cuando el Guadalquivir llega a Córdoba, se para, la mira, le sonríe mientras se ruboriza y le dice: ¡Guapa! Después, sin querer marcharse se aleja y no mira para atrás, no mira para que no se le vean las lágrimas que derrama por tener que abandonar a su amada, a su Córdoba.
Manuel Roldán
P-6)
Cuando nací, lloré
de niño, jugué
de joven, me enamoré
cuando me fui, sufrí
Ahora, solo pienso en volver.
Manuel Roldán.
P-9)
A CÓRDOBA
A Córdoba le sobran coplas y poemas que le canten.
Muchos fueron los poetas que rindieron su homenaje.
Más aún faltan mis versos, que no serán conocidos,
pero que evocan recuerdos, de unos años muy queridos.
¡Qué lejos estoy de mi cuna, de la tierra que me vio crecer,
de sus callejas morunas, de su tibio atardecer!
El Cristo de los Faroles, su plaza de empedrado,
el murmullo de los rezos, los cirios medio apagados;
y esas parejas que pasan con dedos entrelazados
prometiéndose amor, con besos medio robados.
El río Guadalquivir, la Mezquita que lo besa
y la Calahorra inhiesta perfumada de jazmín.
El barrio de la Judería, Maimónides, Averroes,
aquella plaza del Potro con su Romero de Torres.
Guerrita... Manolete... brillos de sangre y oro,
el Coso de los Tejares, en una tarde de toros.
La Virgen de las Angustias herida de dolor y muerte
Córdoba llora en silencio ante e sufrimiento de la Madre,
que sostiene al Hijo inerte.
¡Córdoba de mis ensueños y amores!
Moriré lejos de ti,
mas en mi último aliento,
recordar quiero, un momento,
tu belleza y tu sentir.
Concha Domínguez (Viuda de José Luis Piquer Pérez).
P-10)
CÓRDOBA ETERNA
1. Córdoba quiero glosar
en este sencillo poema.
Fácil sería para mí
pues pertenezco a esta tierra,
más la ceguera por sí,
y lo cotidiano pasear,
no valoro su belleza.
2. Los foráneos de adopción,
como son mis compañeros
que vinieron a estudiar,
con este humilde rapsoda,
en la Escuela de Peritos,
sí la pueden apreciar
mucho mejor que uno mismo.
3. Se refleja su entusiasmo,
que les quedo agradecido.
Se manifiesta en sus actos,
sus palabras, reflexiones,
pensamientos positivos,
que les honra como humanos
pues aprecian lo vivido.
4. En este acontecimiento
del cincuenta aniversario,
que silente se avecina,
a la Providencia oremos
para estar todos presentes,
y que nos vean desde arriba
los compañeros ausentes.
5. Demostremos la alegría
de encontrarnos nuevamente,
recordando lo pasado
para vencer el Alhzeimer,
y darnos un fuerte abrazo;
la amistad siempre aprovecha,
pero el amor hiere a veces.
6. Esta frase que Guevara
como colofón concluye,
hemos de decir sinceros
que a Séneca se atribuye.
Y que mejor paradigma
que este mi paisano ilustre
de la Córdoba romana.
7. A Córdoba milenaria,
de los nativos aparte:
Tartesios, Celtas e Iberos,
arrivaron otros pueblos,
que además de aquí asentarse
nos legaron sus culturas;
una herencia extraordinaria.
8. LLegaron los ya descritos,
otrora, Fenicios, Griegos,
Cartagineses, Romanos,
Suevos, Vándalos y Alanos,
Visigodos e Ismaelitas,
y después la Reconquista
que la inició Don Pelayo.
9. Toda desta mezcolanza
se forjó la idiosincracia
de mi pueblo Cordobés,
que en sus manifestaciones,
cruces, patios, romerías,
son las mezclas de sabores
que derrochan la alegría.
10.Para este humilde cantar
las musas me lo inspiraron.
Pudiera o no de gustar,
espero haber acertado,
y si halláis un desatino,
echarles la culpa a ellas
ya que el delito no es mío.
Dedicado con afecto a todos mis amigos y compañeros.
Rafael Varo García.
P-11)
Recogido de los "Recuerdos de Pepe Gil" que más abajo reproducimos:
Montado he una guardería,
donde mis nietos se plantan,
y hay días que me dejan
destrozaíto y sin habla.
Y el Correo, y mi Coro,
y mi Peña y los Guassap,
y la copa a mediodía,
y cuando puedo… gimnasia.
Si todo ello se junta,
si un día todo lo andas,
al llegar por fin la tarde,
en mi hamaca tan sobada,
me dejo caer fundido,
con la cuerpa machacada…
Pues volviéndome al principio,
cuando ya caía en calma
que rodean mi morada,
sonóme el dichoso móvil,
cuando menos lo esperaba.
Era un amigo querido
el que hacía la llamada,
y me quedé patidifuso
por la bronca que me echaba.
Y termina
¡ Muy feliz Cincuentenario
en mi Córdoba La Llana ¡
José Gil Torres
P-12)
¡Qué no se habrá dicho ya sobre Córdoba!
Parece misión imposible piropearla sin caer en el plagio. Y qué decir, de hacerlo con la brevedad de un requiebro, de un epigrama convincente, o de un verso aunque se haga sin métrica, que a la vez la alabe y la maraville.
Me rindo en el intento de rimar este alago. Me quedo en este comentario en el que van juntos, recordar con cariño al escenario y a sus actores.
El acierto providencial fue, que el azar nos juntase gentes de aquí y de allá, mayores, adolescentes y niños, todos, disolviéndonos en el caldo social cordobés.
La referencia es Córdoba más la ULC, pero el escalofrío erupciona desde el recuerdo de nosotros mismos, más que de la ciudad. De lo que allí hicimos y de lo que nos sucedió juntos.
Conocimos aquella ciudad, con un orden social estratificado y estanco, vasallaje a los patrimonios, veneración por las edades y separación de las personas en asociaciones, cofradías, círculos y amistades en posiciones cerradas. Los del lugar aspiraban a pertenecer a esos niveles pues era carta de crédito con la que lograr el reconocimiento de “ciudadano con éxito”. Fluía el acontecer con orden. Llovía cuando tocaba y calentaba en sus fechas; y el olor del azahar y de la aceituna, perfumaban el aire en su estación. Se estaba alegré, fervoroso o doliente según el calendario y la ciudad vivía al ritmo previsto por tantos años de ensayo.
El caserío habitado quedaba abrazado por el Guadalquivir serpenteante y la imponente Sierra Morena. Los cordobeses y sus moradas, estaban allí milenariamente colocados, desde el río hacia la sierra y pudimos observar al gentío, faenando entre EL ZUMBACÓN y EL BRILLANTE.
Allí, oímos los recién llegados, de pié en escuadrones escolares, a intelectuales proclamando consignas semanales de moral y esfuerzo, vimos muleros de carga acarreando escombros y materiales de obra para la capilla y los talleres, nos dijeron de ricos olivareros, catedráticos, sacerdotes seculares, monjes reglados y otros, orantes contemplativos, políticos disfrutando del poder conquistado, estudiantes, mozas de hermosura completa con grandes ojos y en negrura azabache que les donaron fenicios, árabes y decenas de variados genes, y mil titulaciones más que cansa decirlo. Su hablar singular olvidando las eses, convirtiendo el ceceo en seseo, metiendo comparaciones originales en las frases… nos sorprendió, a muchos de los que sólo habíamos oído ese lenguaje en el cine español de la época.
Y en la atalaya de la Laboral, planificando las fugaces visitas domingueras, desde Alcolea a la Capital, analizábamos sin entenderlo acertadamente, con qué orden se guiaba la convivencia en la ciudad y cómo podríamos ser aceptados por los cordobeses.
La vanguardia de “los que estuvimos allí” (frase acuñada con tino) y que hoy, ya vivimos en nuestra octava década, cautivos en la añoranza, nos saca este piropo potente por dentro de nuestro pensar. Qué belleza, qué hermosura. Esa alegría espontánea y presente de la ciudad y de las personas con las que tratamos. En ella nos empapamos, los chavales castellanos, asturianos, valencianos, catalanes, gallegos, extremeños que coincidimos. Y absorbimos saberes, de la ciencia y de la vida con los profesores y tutores felizmente recordados por quienes tienen fresca la memoria de nombres y anécdotas…
Este es mi piropo, a Córdoba…. pero más sinceramente el piropo merecido va para mis gentes, mis compañeros, los paseantes con los que me cruce en Cruz Conde y Gondomar, muchachos con los que compartí mesa y dormitorio, aula y oraciones, sueños y proyectos. A los maestros de todo, que afinaron mi oído, con los que aprendí a dibujar o a resolver el teorema físico “que siempre que ocurre igual sucede lo mismo” (Narciso Sánchez Doncel) o las manos del mono con que el Carbono sujeta al Hidrógeno en Química. Que delicia cuando acudíamos al Cine-Club Senda para ver películas de René Clair, François Truffaut…y atrevernos a opinar sobre lo visto. Y aquellos inolvidables ratos con todos y un café, viendo en blanco y negro “Los amigos de lunes”, disfrutando del humor Frank Yohan que nos tronchaba en el pase nocturno del bar de la calle Luna, Este es mi piropo para aquella Córdoba.
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Hoy tiene Córdoba (y su ULC) el decorado renovado; está muy cambiado o desaparecido. Paseamos entre desconocidos. Era nuestra casa y parece mentira andar sin saludar. La fauna ha mutado.
El río, sigue empujando a la ciudad contra su sierra bandolera. Mantiene las ruinas de Medina Azahara con sus fantasmas. Allí siguen las piedras que insinúan edificios y muros defensivos, y el resto del esplendor que nos dicen ocurrió y que queda para los soñadores en las visitas.
Todos fuimos a la Plaza del Potro, para mirar las pinturas atrevidas de Julio Romero de Torres. Bellas como dirá Vicente Brisa, experto en pinceles y en pintar progresivamente desde el vértice angular hasta el acabose del cuadro. Y allí, a paso breve y leves paradas, solos, contemplamos las naranjas y limones, descubriendo lo femenino vedado en la época para los ojos cazadores de semejantes sorpresas. Y allí sigue.
Subiendo por las laderas de la sierra, orientándonos a Cerro Muriano, en su día vimos las villas suntuosas de “el brillante” que encaramada observa, a la ciudad llana y baja, la judería y el abigarrado caserío. Y allí sigue.
Por esos senderos de monte, caminando hacia la sierra, anduvimos saliendo desde la laboral descubriendo el campo de la serranía. Por allí me enseñó mi amigo Jaime Seguí lo que era una granada y el árbol de donde procedía y me convenció de comer tal fruto, él que como valencià / cocentainés entendía sobradamente de frutas, verduras, flores y hortalizas como todos los alicantinos y murcianos. Y allí sigue.
El Meliá suponía el lujo en su expresión sublime. Abrumado y escondido por la entonces vegetación selvática, de los jardines de la Victoria, fue escenario de muchas fotografías con mi exitoso galán y admirado amigo Sigler y yo mismo, posando a lo James Dean. Y allí sigue.
Paseando la avenida Gran Capitán, mantenían tertulia en el desaparecido Mercantil, los naturales de la ciudad, nuestros anfitriones. Hoy echamos de menos tal referencia y nos queda para no olvidar todo el decorado de, El Gran Teatro.
Todos estos recuerdos, en los que sobre-colocamos la imagen virtual de nuestros compañeros de armas estudiantiles, soportan la alegría del recuerdo de la que fue nuestra ciudad y escuela, con relieve principal en el afecto, la memoria de los amigos, camaradas y gentes del lugar con las que convivios y cuya onomástica no me da de sí la memoria a enumerar. Y eso sigue aquí.
José María Becerril Lerones
P-13)
¿Se ha dicho todo sobre Córdoba?
Creo que sobre Córdoba ya se ha dicho casi todo, nunca todo lo que merece y ha ganado a lo largo de su Historia, por ello elogio los que aún escriben sobre ella y de manera tan brillante. Yo sin embargo, humildemente, no me atrevo a escribir sobre ella.
Y es que es hartamente dificil llegar a concretar y definir lo que uno siente cuando se menciona la Ciudad donde uno ha crecido, recriado y pasado los mejores momentos de su juventud. Por eso no me atrevo a escribir sobre Córdoba.
Jaime J. Seguí Pascual
P-14)
¿Qué queréis que os cuente de mi córdoba?
Que queréis que os cuente yo de mi Córdoba del alma,
que es acogedora y guapa y por demasía gitana.
A más de nacer en ella, en una fecha lejana,
encontré el amor también, en esta Córdoba guapa.
Todos los aquí reunidos, tienen motivos para amarla,
por lo mucho que les dio, en su época dorada, esa
época preciosa, donde además del amor, del estudio
y las pachangas, forjaron una amistad, que los años no desgastan.
Y la prueba la tenemos, en esta nueva reunión,
que el corazón nos agranda, y nos hace recordar,
a esta Córdoba serrana.
Gracias gente y con cariño, la cordobesa os abraza,
Y espera hacerlo efectivo
EN CÓRDOBA LA SULTANA.
Mª Carmen Castillo (Vda. de Jesús Losada)
P-15)
De Córdoba :
su olor a azahar,
sus callejas estrechas,
sus patios,
sus rincones sin par,
sus mujeres bonitas y,
muchas cosas más.
Córdoba ¡Qué bella eres!
Córdoba ¡Qué guapa estás!
PE-1)
El legado andalusí permanece en la materia y el espíritu de la ciudad de Córdoba, no solo en sus grandes monumentos y en los ilustres personajes que enriquecen su historia, sino también en los lugares más comunes y en las personas sencillas cordobesas.
Rafael Jurado.
PE-2)
Ya sueño con volver a Córdoba para pasear por sus calles, detenerme en sus plazas y rincones, releer esa frase que me causó impacto y que decía que poco era para Córdoba que se la llorara con lágrimas inacabables y, paladear sus vinos en compañía de un ser querido. ¡Que sea pronto!
Rafael Jurado.
Aunque no se trata de un piropo a Córdoba, mostremos aquí los:
Aunque no se trata de un piropo a Córdoba, mostremos aquí los:
Recuerdos de Pepe Gil
Estaba yo un día en descanso
tras una densa jornada,
de trabajos sin contrato,
y recostado en mi hamaca.
Desde que me jubilaron,
de inmediato y sin tardanza,
me llovieron las faenas
que a ningún abuelo faltan.
En un buen Supermercado
trabaja el menda la bolsa
mejor que la tía Tomasa.
Montado he una guardería,
donde mis nietos se plantan,
y hay días que me dejan
destrozaíto y sin habla.
Y el Correo, y mi Coro,
y mi Peña y los Guassap,
y la copa a mediodía,
y cuando puedo… gimnasia.
Si todo ello se junta,
si un día todo lo andas,
al llegar por fin la tarde,
en mi hamaca tan sobada,
me dejo caer fundido,
con la cuerpa machacada…
Pues volviéndome al principio,
cuando ya caía en calma
mirando los encinares
que rodean mi morada,
sonóme el dichoso móvil,
cuando menos lo esperaba.
Era un amigo querido
el que hacía la llamada,
y me quedé patidifuso
por la bronca que me echaba.
¡ Que si yo no había leído
los correos que El Popa manda ¡.
¡ Que si el Blog de no se quién ¡.
¡ Que si no participaba ¡.
¡ Que si estaba yo en la inopia ¡.
Era Varo quién llamaba.
¡ Que tenía que escribir algo
sobre aquella época dorada
que marcó ya nuestras vidas
para el día de mañana.!
Y me dispuse a pensar
con el cielo por pantalla,
sobre qué podía escribir,
y, si escrito, interesaba.
Mis recuerdos son lejanos,
y ya mi memoria falla,
pero aún retengo algo
de cosas que allí pasaban…
Los Laborales empollones,
que tan buen ejemplo daban.
Los que pasaban de todo,
y los que todo abarcaban.
tan claro en lo que hablaba,
explicando un carburador
que de butano inventara.
Y también a aquél Espía,
que los apuntes copiaba,
y acudía cada año
a dos clases… si cuadraba.
Con un gabán al tobillo,
unas hombreras muy anchas,
y una mascota a las cejas
que boquiabiertos dejaba.
Apareció un día en la clase
cuando la clase acababa,
y al preguntarle D. Carlos
por qué tan tarde llegaba,
respondió con desparpajo
y garraspera estudiada,
que perdió hoy el autobús,
y, por favor, disculpara.
Las risas y el cachondeo
casi derrumban el aula.
Y aquel manchego entrañable,
al que por Richi nombraban,
que reía con mis cosas,
y los chistes que contaba.
Y a mi querido Pepe Montes,
con quien de chicos jugaba.
Y al Popa, tan serio él,
al Seguí que Simón cuadraba,
al Calvillo, al Crivillé,
al Becerril, al Cazalla,
al Naqui, al Cembellín,
al Carrillo y al Guevara,
al Candel, al Aguilar…,
los recuerdos se me paran,
y ya más nombres no escribo,
y perdonad los que faltan.
Formábamos un grupito
tres artistas barandas,
que con pelotas de papel,
y a fuerza de patadas,
recorríamos pasillos
dando la coña a mansalva
en los tiempos entre clases:
Éramos Varo, Gil y Maya.
Y tal amistad hicimos,
que tenemos hoy a gala,
reunirmos con frecuencia
con nuestra mujeres guapas,
en amigables charlas.
Y como no recordar
las alegres Cabalgatas
que al llegar San Valentín
casi todos disfrutaban.
Y los gamberros de siempre,
(entre los que me encontraba),
ligaban lo que podían
en el baile que montaban,
restregando cebolleta
(si las niñas se dejaban),
en el Córdoba Palace
entre bailes y cubatas…
De aquellos profesores
que con primor enseñaban,
sólo recuerdo a algunos,
o por buenos o por mantas.
Había un tío malasombra
que Mecanismos nos daba,
que seguro que a la tumba,
se llevó la gran putada,
del haberme suspendido
por medio punto de nada.
Jamás tuve otro suspenso
y al final él me lo daba.
Ya no recuerdo su nombre
pero sí recuerdo su cara.
Tenía cara de bobo
y de bobo dejó su marca.
que de manera educada
daba clases magistrales
en pupitre ó en pizarra.
Y, cómo no recordar,
al Valenzuela, que daba
prácticas de cachondeo,
y tan bien se lo montaba,
que nos llevaba al bar Montes,
y dos medios se tomaba,
con ración de calamares,
y ya llena la panza,
se piraba el caradura,
sin pagar nada de nada,
dejando para nosotros
el pagar la convidada.
Fué famoso sin enseñar,
y le apodaban “ El Cachas “.
También aquél tipo raro
al que llamaban El Batas,
que llevaba un guardapolvos,
con la tela muy gastada,
y que tampoco recuerdo
qué cojones nos daba.
Pero, de todos los profes,
el que mas risa nos daba
enseñaba Religión,
y, cuando lista pasaba,
al nombrar al tal Mateo,
todos a coro gritaban,
que allí había un error,
que era Moya y no Maya.
Y don Rufo, que era cura,
la tirilla se tocaba,
y con su pluma de tinta,
la “A” por “O“ cambiaba.
Al llegar la siguiente clase,
cuando de nuevo listaba,
a coro todos decían :
“ No es Moya, que es Maya “.
Así clase tras clase,
hasta que se cabreaba,
pues de tanto pasar la pluma
el papel se taladraba,
y se ponía encendido
y Mateo protestaba,
y se encaraba con él
con la clase alborotada,
preguntando todos a coro :
Hoy, mi querido Mateo,
desde ésta bonita Atalaya,
te pido perdón mil veces
por lo que tuve de falta.
Y no quisiera alargarme,
porque alargarme me cansa.
Mas, si quiero deciros
en fecha tan señalada,
que a todos en mi corazón,
os tuve siempre sin falta.
Y en éste cincuentenario,
cuando los años se pasan,
y se nos van escapando
con tanta prisa y sin pausa,
por ausentes y presentes,
alzo mi copa sin trampa,
y os deseo mis compañeros,
una vejez sana y larga.
¡ Muy feliz Cincuentenario
en mi Córdoba La Llana ¡
José Gil Torres
Nuestro amigo y antiguo compañero de aquellos provenientes de la Universidad Laboral de Córdoba, Rafa Jurado Carmona, nos proporciona un magnífico articulo que le envía Manolo Montes y escrito por su paisano Joaquin Rayego sobre Córdoba. El cual retrata las calles, paseos y rincones de nuestro tiempo cordobés.
Abrazos para todos de Rafa.
…Yo nunca llegaré a Córdoba. (Joaquín Rayego Gutiérrez)
En la radio suena la voz de Annie Lennox cantando una romántica melodía: “A whiter shade of pale”.
El espíritu se alimenta de los sentidos y, a través del oído, de bellas y de sugerentes voces.
Atrás van quedando unas pequeñas mesetas en formas de reposados triclinios sobre las que la ciudad de Carmona asienta su condición de romana.
Écija, la de las once torres, se deleita en esta hora del Ángelus viendo pasar las oscuras aguas del río Genil. Allá por el s. II d. C., y mucho antes de que entrara a formar parte de la provincia de Córdoba, estuvo atareada en tan incesante actividad que se convirtió en uno de los principales centros productores de aceite, y de cereales, de todo el Imperio Romano.
Como escribiera García Lorca en negra tinta senequista, desde veintiún kilómetros antes de llegar a la capital las sierras coronan los suaves bucles de cien colinas, que el jinete acaricia en las suaves crines de su caballo:
─ Córdoba. / Lejana y sola. / Jaca negra, luna grande, / y aceitunas en mi alforja.
Aunque sepa los caminos/ yo nunca llegaré a Córdoba.
Por el llano, por el viento, / jaca negra, luna roja.
La muerte me está mirando/ desde las torres de Córdoba.
¡Ay qué camino tan largo!/ ¡Ay mi jaca valerosa!
¡Ay que la muerte me espera, / antes de llegar a Córdoba!
Córdoba. / Lejana y sola.
Ni la voluntad de un Moisés es suficiente virtud como para merecer el maná de las extraordinarias delicias de Córdoba.
Hasta hace sólo unos años la dolorosa conciencia de la ciudad encontraba su expresión en unas casitas blancas que resaltaban sobre el azul de la sierra, donde, desde el siglo IV, tenían refugio los ermitaños.
Los pinceles de Julio Romero de Torres bien que sabían contrastar el solitario eco de las ermitas, con la chulesca y licenciosa flamenquería del Campo de la Verdad.
En esa otra parte del río la Torre de la Calahorra templa el metal de su alfanje en las turbulentas entrañas del Guadalquivir.
─ “Oh tú que una mañana ─ se diría esta misma ─ paseaste conmigo, de mi brazo, mirando los rojos remolinos estrellarse en el puente que custodia impasible un arcángel de mármol”.
Entre los arcos de piedra el agua se derrama con tal ímpetu que convertirá en suave harina la dureza de un grano de trigos,
Bajo los pies del caminante surge la sensación de inestabilidad de lo que desaparece y se hunde, lo que nos lleva a pensar en las palabras de Séneca, y en la atinada interpretación que de ellas hace el granadino Ángel Ganivet:
─ “(…) piensa en medio de los accidentes de la vida que tienes dentro de ti una fuerza madre, algo fuerte e indestructible, como un eje diamantino alrededor del cual giran los hechos mezquinos que forman la trama del diario vivir, y sean cuales fueren los sucesos que sobre ti caigan… mantente de tal modo firme y erguido, que al menos se pueda decir siempre de ti que eres un hombre…”
Un grupito de japoneses lanza intrépidos flashes que, cual avispero de luz se precipita sobre el rostro pétreo de un arcángel.
Por el cielo, un negro cortejo de nubes, acompaña en procesión a la Virgen de los Dolores, mientras Amalia Fernández Heredia, “La Gitana”, reza al verle pasar una oración.
En mitad del Puente romano Juan de Mairena explica a sus alumnos la lección; la de hoy trata del estoicismo, doctrina de la que Séneca fue uno de sus mayores representantes.
Comentaba la anécdota de un esclavo al que unos soldados romanos conducían hasta la muerte; negándose a morir como un cordero, de esa manera humillante que lleva al tirano a disponer del cuerpo y del alma de los demás, el esclavo encontró su propia manera de expresar su identidad, y su rebeldía: metió la cabeza en las ruedas del carro que le conducía hasta el matadero.
El pintor Romero de Torres ilustra la filosofía del sevillano reflejando en breves trazos el misterio de unos ojos negros, de una tenebrosa faca en la liga, y en el llanto de un bordón. Al fondo el Campo de la Verdad, y las heridas sangrantes de una corona de espinas que hacen de todo camino un calvario:
─ Várgame San Rafaé/ tené l´agüita tan cerca/ y no poderla bebé.
***
─ “¡Oh excelso muro, oh torres coronadas / de honor, de majestad, de gallardía!
¡Oh gran río, gran rey de Andalucía, / de arenas nobles, ya que no doradas!
¡Oh fértil llano, oh sierras levantadas, / que privilegia el cielo y dora el día!
¡Oh siempre gloriosa patria mía, / tanto por plumas como por espadas!
Si entre aquellas ruinas y despojos / que enriquecen Genil y Dauro baña
tu memoria no fue alimento mío,
nunca merezcan mis ausentes ojos/ ver tu muro, tus torres y tu río,
tu llano y sierra, ¡oh patria, oh flor de España!”
De este modo se expresa un refinado cordobés que, en una visita a Granada, recibió la reprobación de un amigo por no echar de menos a su ciudad natal.
Después de prestarse al ritual de la tranquilidad de una mesa, y a los efluvios de la comida, el viajero comienza un delicioso periplo que le lleva desde la Plaza de la Iglesia en dirección a la Mezquita, a la Plaza del Potro, a la cuadrangular Plaza de la Corredera, y a la calle de Rodríguez Marín, para desembocar en la Plaza del Conde de las Tendillas.
A tan espacioso lugar le lleva el primero de sus objetivos: visitar el Instituto “Luis de Góngora”, donde los jóvenes de su pueblo se examinaban “por libre”.
Allí dos amables conserjes le invitaban a pasar a la antigua capilla, y a echar una mirada al patio principal.
La oscura capilla, construida por los jesuitas en el siglo XVIII, es toda una invitación al silencio, y a la meditación.
El patio, que se mira en el mármol del suelo, y que espejea reluciente su belleza de Narciso, florece en viejas sombras que, envueltas en sueños de luz, pueblan con su rumor infantil aquellos claustros y galerías: la Señorita Revuelta, el Doctor Cabanás, el amable Sr. Liso; y aquellas pequeñas figuras, que se curvan cual amanuenses sobre un folio en blanco.
Sobre papel pautado, adornado de preciosos colorines, la melodía de una canción, escrita para guitarra, e interpretada por Serranito, con el fondo sonoro de solemnes campanadas de reloj, y con el eco de una voz que dice la hora: “Son las doce en punto…”
Saliendo de Claudio Coello, y a la izquierda de la Plaza, nuestros pasos nos llevan hasta una coqueta placita que titula “de la Compañía”, llamada así por obra y gracia de los jesuitas, expulsados de aquel Colegio de la Asunción a principios del XIX.
Al fondo de todo, y a la izquierda, se encuentra la calle Pompeyos, donde en otro tiempo hubo una cálida pensión, hospedaje de jóvenes y bulliciosos estudiantes, y donde aún permanece vivo el recuerdo de su propietario, pequeñito y gordinflón, con un preocupante lunar sobre su incipiente calvicie.
De vueltas a las Tendillas el espectador aprecia que, en las aguas del recuerdo, “cualquiera tiempo pasado es mejor” porque en nada le incomoda y afecta. ¿O tal vez sí?
La esquina del antiguo “Bar Córdoba” le recordó al niño que fue que, desde la torre mocha de unos hombros, advertía del peligro de incordiar a un grupito de seguidores peñarriblenses del Atlético de Bilbao, promotores de una extraña algarada al grito de: “¡Aguirre!, ¡Aguirre!, ¡Carmelo!, ¡Arteche!...”
Sobre aquellas apasionadas voces se aventuraba a reconocer las de Mario, el herrero, y la de su tío Paulino, bajo cuya protección la vida le parecía la aventura más amable.
Bajando por Gondomar, la iglesia medieval de San Nicolás de la Villa se unge de rubio albero, y muestra su porfiada torre que, en tiempos se erigió en promontorio de defensa, y posteriormente en alminar desde donde convocar a los fieles a la oración.
A la izquierda de la portada principal de la iglesia destaca una alegre placita donde las sombras de los naranjos son la mejor invitación para disfrutar de un breve descanso, del sabor de unas pastas, y de un espumoso café.
Hasta aquella antigua Escuela Normal de Magisterio, que aún se puede ver allí, acudían en otro tiempo los Manolo, Pepi, Aurora, Rafa, Mª del Carmen, amigos todos a los que aún pudo ver divagando por los alrededores, consultando sus apuntes, o acariciando el aire al ritmo de un tres por cuatro.
Volviendo a tomar el pulso febril de la calle, en dirección a la Victoria, el paseante cree oír a sus espaldas la melodía de un romance de Julián Sánchez Prieto, declamado magistralmente por la rapsoda Julia Gutiérrez; o tal vez el ruido metálico de un potro, que agita los brazos con aires de fiesta, abarcando en su pecho toda la anchura de la calle:
─ Entre aquella animación, /un grito de admiración / alarmó a la gente seria
cuando por la Concepción/ se vio subir de la feria/ el cuerpo más soberano,
más gallardo, más serrano/ que viera del sol la luz
sobre un potro jerezano/ del mejor hierro andaluz.
Con la premiosa parsimonia de quien no tiene que coger el tren, o tomar el bus en la vieja parada de “Auto Transportes López”, el paseante se toma su tiempo para ubicar la antigua librería “Luque”, transformada hoy en día en Cafetería y Panadería; o el céntrico y destartalado Hotel “Andalucía”, donde unos simples desconchones no son impedimento para recordar la ternura de unos padres, unas cortísimas vacaciones de dos días, y la consiguiente visita a la joyería “La Milagrosa”, lugar donde su progenitor procuraba a la familia un buen regalo de oro, y una mejor inversión que la del billete encerrado en la caja de un banco, o debajo de un ladrillo.
De vueltas a las Tendillas, donde el torero Lagartijo, montado a caballo, se piensa las respuestas de Gran Capitán, el pasajero toma esta vez hacia su derecha, confiado en la protección del buen Dios, y en dirección a la Mezquita.
Por el camino topará con Rey Heredia, nombre de una calle donde residió uno de nuestros más preciados cervantistas: D. Francisco Rodríguez Marín, autor del estudio “Cervantes y la ciudad de Córdoba”, donde se documentan los orígenes cordobeses de Cervantes.
El halago de Circe tal vez no fuera obstáculo suficiente como para que Ulises se arriesgara a perderse él, y a perder sus naves; pero el embrujo de Córdoba siempre me llevó a pensar que, en una nueva reencarnación, estaría encantado de poder vivir allí, de releer los versos de Juan Bernier, o tal vez de escuchar sentidas palabras, como las que Ricardo Molina dedicara un buen día a su ciudad:
─ “Todo es igual. Diríase que no ha cambiado nada. Amanece y te amo. Aún es Córdoba bella… Tu casa está cerrada. ¿Me esperas todavía? ¿Duermes, o acaso esperas que llegue hasta tu puerta?”